Carlos Monsiváis, una vez más y en calidad de no presente en
este mundo, asesta en otro de sus textos para la posteridad. La revelación de
la que habla, para este capítulo, es tema de conclusión en cuanto al fenómeno cultural que se dio a principios
del siglo XX en México tras el estallido de la revolución mexicana. Sin
embargo, incluiría yo, el origen de la movilización social que Monsivaís a partir
de 1911 tras el derrumbe de la dictadura de Porfirio Díaz, queda corto respecto
a la otra movilización social, la cultural, que a mi muy humilde punto de vista,
no es sino a partir de dos años antes, en 1909, con la creación el Ateneo de la
Juventud, aquella asociación culturalmente revolucionaria y conformada por jóvenes
prometedores quienes criticaban los modelos tradicionales y rígidos de estudio
que el positivismo de Díaz regía sobre instituciones educativas del país. Y no
sólo cuestionaron aquello, también proponían una serie de nuevas estrategias y nuevos
paradigmas culturales como el tema de las humanidades en la educación. Poesía,
música, artes plásticas del arte moderno, entre otras tendencias, era parte de
la reivindicación cultural en un país que exigía despertar, revelarse.
“Una gran metamorfosis cultural”, sostiene Monsivaís con
sumo acierto. Aquel era el oxígeno que personajes como Vasconcelos, Diego
Rivera, entre otros miembros del Ateneo, intelectuales y artistas querían para
México; en 1911 el país sufriría de incertidumbre, sin embargo la apuesta ya se
había hecho, la meta era revolucionarlo todo.
No existe otro personaje histórico de México más apropiado
para destacar como fundador de ese sentir de revelación y revolución;
Vasconcelos y su texto, “Raza cósmica” es sin lugar a dudas el mejor ejemplo de
revelación, “del triunfo del espíritu”, que cita Monsivaís al referirse al
mismo personaje que menciono. Vasconcelos iría lejos con su texto tras destacar
que la raza mestiza, esa raza de bronce de México, es decir, los mexicanos, era
una raza prometedora, ideal, y eso, cósmica.
Y sí, esa era la conclusión a la que llegó el grupo de
jóvenes de tan mencionado ateneo, el nacionalismo que más tarde el obregonismo,
maximato y el cardenismo le aplicaron al país como forma de gobierno y reivindicación
social sería promovido por personajes como Vasconcelos, Rivera, Siqueiros, entre
otros a quienes Monsivaís refiere como los “interlocutores de la sociedad
mexicana y en alguna medida de la internacional”. Que por cierto, es para
destacarse que efectivamente el discurso de aquellos interlocutores no limitaba
en México; Siqueiros y Rivera pintaron muchas obras fuera de México y el
mensaje era claro: Unirnos todos.
Hoy en día, aquel nacionalismo parece absurdo, tan sólo un sistema más de gobierno para el
control del pueblo. Hoy en día los pensadores más románticos y visionarios de
México, como Vasconcelos, son recordados entre claroscuros y promovidos como
eso, los más románticos de México. En lo personal, creo en los héroes de la
sociedad, y aquellos quienes antes de la parafernalia del nacionalismo
mexicano, tienen un lugar heroico en mí. El texto de Monsivaís cita tan sólo
unos cuantos que creyeron en esa metamorfosis cultural, faltarían muchos más,
pero lo que no faltó fue atinar en la fe que aquellos mexicanos, desde temprana
edad, tuvieron en su país. Y eso es heroico.
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