viernes, 2 de mayo de 2014

Renacimientos y rupturas; hay para más.

Renacimientos y rupturas; hay para más.
Ensayo y conclusión de tercer periodo.

Pues bien, hemos hecho un recorrido por las lecturas Revolución y revelación, y, Herencia viva, del interesantísimo libro El Alma de México.  Nuestro siglo XX, ese que llamaron “El renacimiento mexicano”, el mismo que mudó su piel tricolor -a partir de la ruptura- a una piel más trágica y realista, hoy vive en nuestros suelos. México insiste en no privarse de la nostalgia del patriotismo pero a su vez reniega, una y otra vez, de su obvia esclavitud a lo mexicanista.

Aún quienes, en su momento de ruptura y cambio de rumbo ideológico, no se abstuvieron de remitir símbolos, colores, sabores y sentires en relación con el México lindo y querido, lo cual lo hace irónico. Mayor aún, el caso de artistas, creadores y personajes quienes a pesar de no haber nacido en México y de adoptar a los tiempos contemporáneos como bandera, como es el caso de Vicente Rojo por ejemplo, no dejaron de coquetear con signos, temas y conceptos del popular nacional; ni hablar de mexicanos como Cuevas; renegones pero listos para el viva México. Lo cual no significa que sea signo de reproche, sino de todo lo contrario, admiración por el poder seductor de lo mexicano alrededor del colectivo, o los colectivos radicados en este país.

Cabe destacar que, esa reivindicación social que surge a partir del periodo de Obregón; ese nacionalismo que mató “dos pájaros de un tiro”, primero la reintegración de la ciudadanía y segundo con su “todos jalamos parejos” en la cuestión institucional del sistema de gobierno, fue el origen del nacionalismo moderno y el éxito de vastos creadores en el ámbito artístico que creyeron en tal proyecto. La lista es larga y los gremios vastos. Podemos hablar de música clásica, citar a Carlos Chávez y sus alumnos, Revueltas, Moncayo, entre otros. Podemos hablar del fulgor por la antropología indígena y mencionar a Antonio Caso. Podemos también encontrar un sinfín de literatos. Qué decir de los plásticos, quienes se disputaban el cómo y dónde interpretar los sentimientos (modernos) de la nación mediante herramientas y aptitudes que las vanguardias presumían en otras partes del mundo. Interconexión no es un término reservado para el siglo XXI; a principios del XX era tema cotizado en las mentes de quienes más tarde serían reconocidos como lo más valioso e “in” en lo que ha destacado México en el mundo del arte, y valga la redundancia, del mundo. El muralismo mexicano, por ejemplo.

Sin embargo, habríamos de entender que aquello no sucede únicamente por contexto, sino también por circunstancia. La reacción al positivismo que Don Porfirio Díaz instauró en la educación y la aplicación de las ciencias en México quedó determinada en los jóvenes mexicanos que, volteando a ver lo que ya sucedía en otras partes del mundo desde finales del XIX, criticaron la rigidez de tal modelo y propusieron a las artes y las ciencias desde una mirada humanista. Aquellos jóvenes, como ya he mencionado, dieron como resultado el grupo del Ateneo de la Juventud e hicieron oficial la semilla del rompimiento. Lo cual resulta irónico que más tarde un movimiento llamado “La ruptura” habría de, eso, romper con los mismos.

Por lo tanto, contexto y circunstancia llevan al éxito de tan mencionado renacimiento mexicano.
Por otro lado, vale la pena hacer un flashback y una concatenación de tiempos para ver sobre qué estamos hoy parados, y encontrar esos paralelismos, así como el rescate de signos ya caducos o abandonados, como por ejemplo en la plástica de los nuevos creadores mexicanos se remiten técnicas del realismo con temática social; imposible dejar de ver un Siqueiros “detrás de cámara” preocupado por la realidad social pero también por la técnica plástica, en esa nueva obra que apreciamos en, por ejemplo, el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC)

En fin. México, no dejará de tener las mismas necesidades y problemas. Nadie debe ignorar que somos un pueblo colonizado en mente, suelo y “modus vivendi”, por lo tanto llevamos con nosotros las mismas disputas que un origen de encontronazos culturales provocó.  Renacimientos y rupturas hay para más, seguirán volviendo a la mesa de discusión, pero caso curioso, el verde, blanco y rojo, con un águila embravecida, será parte de la decoración de la mesa y estará ahí, erguida nuestra banderita de escritorio de oficina, remitiendo que por sobre todas las cosas: Viva México.


viernes, 25 de abril de 2014

Circunstancias diferentes.

Circunstancias diferentes.

Reporte y opinión del texto “Herencia Viva” del libro “El alma de México”.

Pienso ahora que, ese “renacimiento mexicano”, el del movimiento cultural nacionalista posrevolucionario a partir de los años 20’s donde surge la fundación de la Secretaría de Educación Pública (SEP), el muralismo, y ya en los 30’s el flamante y no menos romántico nacionalismo de Cárdenas, resulta cuestionable. Y es que tal periodo de cambios fue intensamente criticado y hasta cierto punto descalificado en tiempos posteriores, y claro, circunstancias diferentes.  El afán de un gobierno posrevolucionario y los promotores culturales del periodo moderno como Vasconcelos, de inspirar a un pueblo cansado de enfrentamientos, portador de efectos traumáticos por tanta muerte y dolor ocasionado en la revolución no fue suficiente. La idea, la del seguir adelante para mejorar la economía y la reivindicación de la república y sociedad parecía mostrar desperfectos; resultó que el amor por lo nacionalista, sus símbolos y esencias no habrían de ser el motor para mejorar la sociedad mexicana; el pintor José Luis Cuevas, por ejemplo, se dedicó a sostener incansablemente lo anterior. Cuevas tituló aquello, en uno de sus escritos, como “la cortina del nopal”.

Inmaduro, es el estado que los contemporáneos, ya en circunstancias indiferentes, asimilaban del nacionalismo y lo que tal propiciaba, así como lo que no. Sin embargo, considero en lo personal, aquellos fueron muy duros contra sus maestros o anteriores actores del medio. Considero que, y volviendo a citar a Cuevas, este no fue amable en cuanto a su crítica puesto que en las tendencias modernas de tintes nacionalistas también había contemporaneidad. Por ejemplo, el caso polémico entre O’ Gorman VS Siqueiros y los murales de Ciudad Universitaria; O’ Gorman insistía en que "La pintura mural de Siqueiros en Ciudad Universitaria me parece una derrota de la pintura mexicana dentro del concepto que de ella se tiene en el mundo", mientras que Siqueiros replicaba criticando el mural de O Gorman e insinuando su mediocridad discursiva.

Los modernos debatieron, cuestionaron, teorizaron e innovaron, pero también no dejaron de ser partícipes e impulsores del proyecto de nación del gobierno; he ahí la severa crítica de Cuevas. Sin embargo aquello, pienso yo, se debió a meras circunstancias del contexto y de algo que ni siquiera el propio Cuevas, en repito, circunstancias diferentes, se ha podido resistir: convivir con instituciones.

Así como el aspecto institucional anterior, existen otros paralelismos entre modernistas y contemporáneos, como lo es el caso del extranjero que toma lo de allá como si se tratara de un suvenir y lo reinterpreta acá, en su país. Sin los viajes de Rivera y Siqueiros, así como Silvestre Revueltas o Carlos Chávez, estos no hubiesen generado sus discursos, obras y posturas tal cual se les conoce y reconoce hoy en día; lo mismo sucedió con los contemporáneos. Y es que lo importante detrás de esa aparente discordancia entre ambos periodos no radica en definir cuál fue mejor periodo, sino en sus ideales o modelos a seguir; tan sólo eso. Si los contemporáneos intentaron romper con sus antecesores debieron echar la mirada abajo y observar sobre qué estaban parados.

Hoy en día el paisaje es mejor, más claro, menos sectario. Hoy tenemos más apoyo a la cultura y las artes, hoy tenemos más cuidado de nuestra historia y sus patrimonios, que en tiempos modernos e inclusive contemporáneos no gestionaban como hoy, ni la sociedad sensibilizaba como hoy. Qué decir de la imagen; era el año del 68, tiempos ya contemporáneos, y los estudiantes estaban tan molestos que no les importó tomar asiento sobre las ruinas de Tlatelolco y sobre las mismísimas fachadas escultóricas como aparece en la parte derecha sobre el muro de la pirámide. Hoy es imposible de ver tal atrevimiento sin desesperar. Hoy son otras circunstancias; diferentes a las de los modernos y contemporáneos.
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sábado, 12 de abril de 2014

Evidencia y reporte de lectura al texto “Revolución y revelación”, del libro “El Alma de México”



Carlos Monsiváis, una vez más y en calidad de no presente en este mundo, asesta en otro de sus textos para la posteridad. La revelación de la que habla, para este capítulo, es tema de conclusión en cuanto  al fenómeno cultural que se dio a principios del siglo XX en México tras el estallido de la revolución mexicana. Sin embargo, incluiría yo, el origen de la movilización social que Monsivaís a partir de 1911 tras el derrumbe de la dictadura de Porfirio Díaz, queda corto respecto a la otra movilización social, la cultural, que a mi muy humilde punto de vista, no es sino a partir de dos años antes, en 1909, con la creación el Ateneo de la Juventud, aquella asociación culturalmente revolucionaria y conformada por jóvenes prometedores quienes criticaban los modelos tradicionales y rígidos de estudio que el positivismo de Díaz regía sobre instituciones educativas del país. Y no sólo cuestionaron aquello, también proponían una serie de nuevas estrategias y nuevos paradigmas culturales como el tema de las humanidades en la educación. Poesía, música, artes plásticas del arte moderno, entre otras tendencias, era parte de la reivindicación cultural en un país que exigía despertar, revelarse.

“Una gran metamorfosis cultural”, sostiene Monsivaís con sumo acierto. Aquel era el oxígeno que personajes como Vasconcelos, Diego Rivera, entre otros miembros del Ateneo, intelectuales y artistas querían para México; en 1911 el país sufriría de incertidumbre, sin embargo la apuesta ya se había hecho, la meta era revolucionarlo todo.


No existe otro personaje histórico de México más apropiado para destacar como fundador de ese sentir de revelación y revolución; Vasconcelos y su texto, “Raza cósmica” es sin lugar a dudas el mejor ejemplo de revelación, “del triunfo del espíritu”, que cita Monsivaís al referirse al mismo personaje que menciono. Vasconcelos iría lejos con su texto tras destacar que la raza mestiza, esa raza de bronce de México, es decir, los mexicanos, era una raza prometedora, ideal, y eso, cósmica.

Y sí, esa era la conclusión a la que llegó el grupo de jóvenes de tan mencionado ateneo, el nacionalismo que más tarde el obregonismo, maximato y el cardenismo le aplicaron al país como forma de gobierno y reivindicación social sería promovido por personajes como Vasconcelos, Rivera, Siqueiros, entre otros a quienes Monsivaís refiere como los “interlocutores de la sociedad mexicana y en alguna medida de la internacional”. Que por cierto, es para destacarse que efectivamente el discurso de aquellos interlocutores no limitaba en México; Siqueiros y Rivera pintaron muchas obras fuera de México y el mensaje era claro: Unirnos todos.


Hoy en día, aquel nacionalismo parece absurdo, tan  sólo un sistema más de gobierno para el control del pueblo. Hoy en día los pensadores más románticos y visionarios de México, como Vasconcelos, son recordados entre claroscuros y promovidos como eso, los más románticos de México. En lo personal, creo en los héroes de la sociedad, y aquellos quienes antes de la parafernalia del nacionalismo mexicano, tienen un lugar heroico en mí. El texto de Monsivaís cita tan sólo unos cuantos que creyeron en esa metamorfosis cultural, faltarían muchos más, pero lo que no faltó fue atinar en la fe que aquellos mexicanos, desde temprana edad, tuvieron en su país. Y eso es heroico.