martes, 11 de diciembre de 2012

El Tlalocan


El Tlalocan en la mitología Náhuatl era el paraíso del dios de la lluvia, el gran Tláloc. A este sitio fértil y colmado de verdor llegaban los seres que habían fallecido en algún acontecimiento de cualquier naturaleza, pero relacionado con el agua, por ejemplo, los ahogados o aquellos quienes murieron a consecuencia del contacto fulminante de un rayo. El Tlalocan era aun lugar de sortilegio que se encontraba rumbo al Oriente, región donde abundaban los alimentos,  territorios donde los habitantes dichosos parecían estar siempre en dicha plena, saciada y alegre entre danzas y cantos. En un famoso fresco de Teotihuacán, se representa este lugar de otredades exquisitas y bienaventuranzas sin límites.  En el Tlalocan se recibían a los desdichados que perdían la vida por causa de la lepra. El Tlalocan es en esencia un enclave apacible, repleto de vegetación en donde crecen toda clase de árboles frutales, también maíz, chía, frijoles y otras maravillas. La vida allí es plenamente feliz.
Se guardan descripciones de esta divina morada del dios Tláloc junto a Huitzilopochtli, ello gracias a los escritos hechos por el padre Sahagún de testimonios que escuchara en palabras de los propios indígenas mesoamericanos.  Este era el hogar del dios Tláloc, aquí mora con sus ayudantes, los Tlaloques, geniecillos que se concentran en las cuatro esquinas del mundo y donde se afanan para sostener unos jarros donde se concentran diferentes tipos de lluvia, las que brindaban prósperas cosechas, las que las malograban, las que generaban heladas, las que producían tormentas, etc. En el instante en que los Tlaloques chocaban sus recipientes, éstos generaban truenos y cuando las impactaban hasta romperlas se suscitaban pavorosos rayos.
Tláloc siempre vigilante de esto, con su máscara de anteojos de serpientes entrelazadas, su rostro pintado de amarillo triste, su ropa adornada de gotas de hule, gotas de lluvia en símbolo. Y sus enormes fauces bestiales formando una entrada secreta al inframundo, algo que bien advirtieron los Olmecas en sus representaciones de este numen (espíritu): la ruta al paraíso también lleva al infierno.




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