México es un lugar hasta ahora desconocido para mí. Poco ha
ayudado el hecho de haber vivido aquí durante los últimos 25 años de mi vida.
Como ciudad fronteriza los rasgos culturales de un país se difuminan con el
otro, dando por resultado una cultura presente aun que difusa. Digo que no
conozco México con profunda pena, es verdad que todos sabemos de México aun que sea por
segundas fuentes. Se de su cultura, arte, texturas, sonidos, sabores pero no
los he vivido y para conocer no basta con mirar.
México es un país que debe saborearse como el mole. No es lo mismo verlo que probarlo. Lo que sé de México son apenas recuerdos vagos en casa de mis abuelos donde todo se cocinaba en trastes de barro, la salsa se hacía en molcajete y se acompañaba con adivinanzas. Recuerdos de manos tejiendo petates y manos amasando harina, una voz cansada cantando corridos acompañada de una guitarra, un violín o un acordeón.
México para mí es una identidad que no conozco. Suprimida y despreciada en una ciudad lejana y fronteriza como en la que yo crecí, son solo imágenes disueltas, uno que otro eco, un sabor y un olor que extraño y un anhelo latente por vivirlo otra vez.
México es un país que debe saborearse como el mole. No es lo mismo verlo que probarlo. Lo que sé de México son apenas recuerdos vagos en casa de mis abuelos donde todo se cocinaba en trastes de barro, la salsa se hacía en molcajete y se acompañaba con adivinanzas. Recuerdos de manos tejiendo petates y manos amasando harina, una voz cansada cantando corridos acompañada de una guitarra, un violín o un acordeón.
México para mí es una identidad que no conozco. Suprimida y despreciada en una ciudad lejana y fronteriza como en la que yo crecí, son solo imágenes disueltas, uno que otro eco, un sabor y un olor que extraño y un anhelo latente por vivirlo otra vez.
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